domingo, 30 de enero de 2022

PRIMEROS AÑOS DE FRANCO

 




PRIMEROS AÑOS DE FRANCO

EL FERROL
                                  

  

  "El puerto de El Ferrol fue conocido desde la antigüedad por uno de los mejores del mundo, celebrándolo con la denominación de Puerto del Sol" 
   Guillermo Pitt, que fue Primer ministro inglés, resumió la impresión que le produjo la visita a El Ferrol con este elogio: "Si Inglaterra tuviese un puerto así, lo cubriría con una coraza de plata."
 

Puerto de El Ferrol


  En su bahía caben las escuadras del mundo. La guardan y defienden unas montañas con la seguridad y tesón con que la concha protege a la perla. Las aguas inmóviles, con dulzura de lago, se adentran y prolongan quince kilómetros, y hasta ellas descienden, para contemplarse, las factorías navales y los pueblecitos y las alquerías que blanquean entre el verdor perenne y maravilloso de sus orillas. Aguas tensas, apacibles, sedeñas, como las de todas las rías gallegas: aguas que bajaron ateridas del Báltico o que subieron turbulentas e hirvientes desde el Ecuador y que se embalsan en estos refugios, entre montes e islas, para convalecer y dormir sueños de estrellas. 

 Hasta el siglo XVIII no se hace el descubrimiento oficial de la importancia de El Ferrol. La villa de pescadores y salazoneros es ascendida al rango de Departamento Naval. Esto ocurre en 1726. En los contornos de su bahía florecen los brotes de una primavera industrial: varaderos, gradas, astilleros, fuertes, dársenas... Y, uno tras otro, en desfile sin fin, rompen el cristal de las aguas, navíos, fragatas, bergantines, barcos para tumbar a la quilla, paquebotes que parten para hacer las rutas de la guerra y de la aventura. En 1752, El Ferrol posee los primeros astilleros del mundo, en los que trabajan quince mil obreros. Se construyen a la vez doce barcos, que el pueblo denomina El Apostolado. Contratados por Jorge Juan, el célebre marino, llegan unos


Eminente marino, humanista, ingeniero naval y científico español


 técnicos ingleses con una retribución que se conceptúa fabulosa: una guinea diaria. De los setenta y nueve navíos que en 1793 posee España, treinta y siete están anclados en El Ferrol. 

  La ciudad crece pegada a su bahía, que es su vida y su gloria. ¿Quién se acuerda ya de aquella villa de pescadores? Los pescadores son ahora marinos que pelean en todos los mares y procuran sostener los restos de nuestro imperio, que ya cruje y se desmorona. Salen más y más buques, pero muchos no regresan. Luchamos contra las escuadras de medio mundo. Los persiguen los barcos piratas, que codician los cargamentos de oro americano: los maltratan los temporales. El Ferrol sigue sirviendo los barcos que exigen los tifones del lejano Oriente y de los mares de las Antillas, las fragatas del Drake, los cañones de Nelson. Rara es la casa de El Ferrol que no tiene su duelo. A cada catástrofe marítima corresponde en El Ferrol una promoción de lutos. Pero la tradición se impone con mandato de ley. A los marinos que no vuelven los sustituyen sus hijos o sus hermanos. 

 Maltratado por los rigores del mar y de la guerra, El Ferrol se ofrece como un ejemplo de perseverancia en su destino. El mar le trajo bienes y gloria, y del mar le viene la desgracia y la ruina. Por su situación excepcional, El Ferrol es codiciado con el ansia con que se persigue un tesoro. Desde siglos, es la máxima tentación para las ambiciones de Inglaterra. Ya una vez el conde de Essex y el almirante Howard salieron con la consigna de apoderarse del puerto español; pero a la entrada misma, desistieron del propósito, porque El Ferrol era inexpugnable. Inglaterra no desiste del empeño. Lo bloquea, lo vigila, lo acecha, y, en 1800, Putney parte con quince mil soldados a la conquista de El Ferrol. El desembarco acaba de una manera trágica. Los ferrolanos, y mejor la Providencia, que vela por ellos, se encargan de que el intento termine en descalabro. 

 En la primera mitad del siglo XIX se desvanece el poderío y hasta la esperanza para El Ferrol. Nuestros pobres barcos son unos fantasmas que van huidizos por los mares, arrastrando una estela que más parece sudario. La sucesión de guerras, motines y conspiraciones ha desbaratado de tal manera el Tesoro, que el Estado se ve en la imposibilidad de abonar "las pagas". Y sin "pagas", El Ferrol es una ciudad condenada a morir de hambre. 

 Hacia 1847, siendo ministro de Marina el marqués de Molins, El Ferrol renace de sus cenizas, y se cierra el ciclo de sus calamidades. Son reparadas sus gradas, se construyen nuevos varaderos, faros y diques, y se alzan los edificios del Arsenal. Se crea la primera factoría de máquinas de vapor de la Armada española y, como complemento, nuevos astilleros. En El Ferrol se repiten las fiestas de los lanzamientos, que ya sólo perduraban en la memoria de los más viejos. En 1853 es botado al agua el Rey Francisco de Asís. Hacía cincuenta años que no se daba el acontecimiento. La ciudad siente la influencia bienhechora de sus astilleros en tensión, y es feliz. Sigue dando sus hijos a la Armada, y en sus hogares no falta el estímulo para que ninguna vocación inspirada por el mar se malogre.


El conde de Pinohermoso y el marqués de Molins 
a caballo en las afueras de Sevilla.


  Por esta época vivía en El Ferrol don Francisco Franco Vietti, hijo de marinos, nieto y biznieto de marinos y con hijos en los que apuntaba la misma inclinación por la carrera "que tenían a la puerta de casa". Marino era también su consuegro don Ladislao Baamonde y Ortega, Intendente general de la Armada, como lo fueron sus abuelos. 

 Era don Francisco un hombre de mediana estatura, de frente muy despejada, y con un entrecejo que daba severidad y energía a su mirada. La barba cerrada y canosa y el bigote fosco acentuaban su aspecto marcial, muy de la época. Metódico, austero y piadoso, era a los cincuenta años Intendente general de la Armada y autor de algunos libros de texto. Hacía una vida inalterable. Los sábados, al quebrar la tarde, iba a San Julián, donde se preparaba para la comunión dominical, que por nada dejaba. Al anochecer se recogía en el hogar, donde congregaba a los suyos y a los visitantes que hubiera, para rezar el Rosario. 

 El señor Franco Vietti hacía el número uno de los hijos de don Nicolás Franco y Sánchez, comisario de Guerra del Cuerpo Administrativo de la Armada, que matrimonió tres veces y tuvo quince hijos. 

 A poco de cumplir los veinte años, don Francisco Franco Vietti casó con doña Hermenegilda Salgado Araujo y Pérez, de familia ferrolana, que aventajaba en diez años a su marido: era pequeña, muy dispuesta para el hogar y de ánimo tan entero como se necesitaba entonces, teniendo en cuenta las vicisitudes de la época. 

 De este matrimonio nacieron siete hijos: el primogénito, Nicolás, siguió la trayectoria de sus antepasados. Se dedicó a la Marina, y como contador de navio hizo dos viajes a Filipinas. En 1890 casó con una señorita de familia muy arraigada en El Ferrol, llamada Pilar Baamonde y Pardo, hija de don Ladislao, Intendente de la Armada. 

 Pilar Baamonde tenía esa hermosura suave y transparente que es gala y casi patrimonio de las bellezas gallegas. Un rostro ovalado y perfecto, y unos ojos pensativos y melancólicos. Ya de mayor, doña Pilar vestía siempre en señora a la antigua, en lo que tiene de respetuosa y noble esta apreciación, ya que este concepto de la dignidad y de la modestia en el vestir no le impedía una elegancia admirable en su porte. Dueña siempre de sí misma, y fortificados con una intensa vida espiritual los resortes morales, asistía a las conmociones que le deparaba la vida, con una serenidad y entereza que serían estoicas si no quedaran más exactamente definidas con decir que eran cristianas. 

 Fruto de este matrimonio fueron cinco hijos: Nicolás, el mayor, Paquito, Pilar, Ramón y Pazita. Los varones, atentos al llamamiento de la milicia, se dispersaron muy jóvenes, casi niños, hacia las Academias Militares. Pazita murió a los cinco años. 

 Alejados de El Ferrol, llega hasta aquella casita de muros blancos y persianas verdes de la calle de María el oleaje de gloria que promueven las proezas de sus hijos. Francisco, el comandante más joven del Ejército, jefe de la Legión, general a los treinta años... Ramón, el héroe del "Plus Ultra", que traza con su vuelo arcos triunfales sobre el Océano y sobre la América española... 

 La madre sonríe gozosa y se oculta a la curiosidad de las gentes. En vano se la busca para tributar en su persona los homenajes que el pueblo quiere rendir a sus hijos ausentes. No se la ve en la calle ni en las recepciones. Pero ninguna noche falta a las clases que da en la Escuela Nocturna Obrera, sin que haya acontecimiento que le haga quebrantar esta obligación de apostolado que se ha impuesto. Cuando Ramón, lanzado a la noche oceánica, inquieta al mundo, la madre del aviador aparece tranquila. Y cuando, en otro viaje, Ramón se pierde en el mar, y pasan los días sin que se le descubra, la dama se muestra serena y resignada, y los que van a consolarla salen defraudados, porque la madre de los héroes tiene el temple sublime que precisamente de ella heredaron.



María del Pilar Bahamonde Pardo de Andrade


  Ni desmaya en las jornadas de tribulación y de angustia, ni se envanece en las horas triunfales. La llegada de Ramón a Pernambuco es solemnizada en El Ferrol con un Te Deum, al que no falta doña Pilar Baamonde. El público la espera a la salida para aclamarla, pero se retarda tanto, que no aparece. Inquieren los curiosos y se informan de que aquélla ha salido por otra puerta. 

  No significaba esto desprecio absoluto por la gloria humana, sino una singular predisposición del espíritu que huye de todo aquello que pueda parecer exhibición vanidosa.
    —Los laureles—solía decir—, para mis hijos que los han ganado. 
  Ella se complacía en dar las gracias al cielo, en largas horas de oración que pasaba en la soledad de los templos de El Ferrol. 

 El 28 de febrero de 1934, hallándose de paso en Madrid, falleció doña Pilar Baamonde Pardo. Tenía sesenta y ocho años. La muerte la sorprendió cuando se disponía a emprender la peregrinación a Roma.  

En el registro de la parroquia castrense de San Francisco, de El Ferrol, consta que el día 17 de diciembre de 1892 fue bautizado el niño Francisco Franco Baamonde, "que nació a las doce y media de la noche del 3 al 4 de aquel mes y al que le impusieron los nombres de Francisco, Paulino, Hermenegildo, Teódulo, hijo del contador de navío don Nicolás Franco y doña Pilar Baamonde".

 Había en El Ferrol un colegio llamado "El Sagrado Corazón", fundado por don Marcos Vázquez, sacerdote ejemplar, y a cuya muerte le sucedió en la dirección don Manuel Cornelias, celoso y bueno, lleno de paternal solicitud para los niños. En dicho colegio cursó Francisco Franco las primeras letras, y siguiendo una trayectoria que ya era tradicional en El Ferrol, de allí pasó al Colegio de Marina, dirigido por el capitán de corbeta don Saturnino Suances, donde preparó las asignaturas de Bachillerato y otras enseñanzas que se exigían para el ingreso en la Academia de Marina

 Mas por entonces el Tesoro español atravesaba una situación de apuro, y se apelaba a la cirugía para sacarlo adelante. Una de las economías consistió en la poda de personal en el Ejército y en la Armada y en la suspensión hasta nueva orden de exámenes de ingreso en la Academia de Marina. Francisco Franco fué uno de los perjudicados por la medida, mas resolvió su situación trasladando sus exámenes a la Academia de Infantería de Toledo, en la que ingresó el 29 de agosto de 1907 y de la que salió el 13 de julio de 1910 con el grado de segundo teniente.

 Franco era fino y delgado, con unos ojos grandes, brillantes y curiosos. Decidido y siempre bien dispuesto para cumplir los deberes, por penosos que fueran, que imponía la disciplina de la Academia. Pero, a la vez, inquieto, con un alma saltarina y alegre que le impulsaba a asociarse a las bromas y aventuras que son el perfume de los años floridos de cadete

 Como segundo teniente prestó los servicios iniciales de su carrera militar en el regimiento de Zamora, número 8, que guarnecía El Ferrol.

 La juventud de Franco se rebela contra la inmovilidad que supone la vida en la guarnición ferrolana. Parece que en su íntimo suena aquel verso de Shelley que Lyautey lo aceptó como lema:

 The soul's joy lies in doing.

 "La alegría del alma está en la acción." De Marruecos sube un estruendo bélico, que pasa como un trueno sobre España. Franco lo escucha con atención. Para un oficial de sus años, esta curiosidad por las cosas de África, en aquel tiempo, era insólita y extraña.










Fisherman´s blues

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