viernes, 4 de febrero de 2022

FRANCO Y ÁFRICA




LA LLAMADA DE ÁFRICA


    En los primeros meses de 1912 languideció la lucha en las riberas del río Kert, que la mayor parte del año es un cauce de cascajo. Las columnas mandadas por los generales Larrea, ZubiaCarrasco, Villalón y Pereira se dedicaban a paseos de exploración y reconocimiento, sin graves percances. Sufrían las agresiones nocturnas, que ya eran endémicas, y el ''paqueo", que en el Riff se daba con la naturalidad de un producto del clima.                                                                                                Mas no era posible garantizar una mediana seguridad mientras gozara de vida y libertad El Mizzian, un santón que alentaba la rebeldía con sus predicaciones y que al frente de sus fanáticos recorría la cuenca del Kert excitando a los cabileños para que combatieran sin reposo. El Mizzian era el cínife que propagaba el virus de la guerra. 

   Tras de penosos esfuerzos, que costaron mucha sangre, se logró dominar el río, fortificar esta raya, y las tropas del general Aldave avanzaron por la llanura de El Garet. Son ocupados Monte Arruit y Tumiat

    Como ya hemos indicado, don Dámaso Berenguer, después de permanecer unos meses en Argelia, donde estudió la organización de fuerzas formadas por gentes del país, implantaba en nuestra zona unas tropas de aquel estilo, que se denominan Regulares Indígenas de Melilla. 



¡Con cuánta prevención son miradas en el primer momento! 

—Estos hombres—dicen los más desconfiados— se pasarán al enemigo con armamento tan pronto como se les ofrezca oportunidad. 

Los propios oficiales no están muy seguros. ¡Corren tantas y tales historias sobre lo que les ha ocurrido a los franceses con tropas semejantes! 

Las fuerzas se organizan primero en Sidi Gua-riach, de donde se trasladan a un campamento en las proximidades de Monte Arruit

    El día 12 de mayo reciben la orden de salir para Zeluán, y, cuando llegan, se las obliga a pernoctar fuera de la Alcazaba. La desconfianza iba en aumento a los Regulares Indígenas —en su mayoría argelinos— se les consideraba como a enemigos armados dentro de casa. Afirmaban los confidentes, que entre las tres compañías y los tres escuadrones que componían la fuerza, fermentaba la insubordinación. Al frente de las tropas iba Berenguer. Mandaba la Caballería el comandante don Miguel Cabanellas, y en una de las compañías figuraba como segundo teniente Francisco Franco

    Aquella noche los oficiales acordaron mantener una guardia especial a fin de evitar cualquier desagradable sorpresa. 

El día 14 de mayo las fuerzas regulares salieron hacia Yadumen, para participar en una operación. 

Se desplegó una compañía en la que iba Franco con su sección, y el tercer escuadrón que mandaba don Emilio Fernández Pérez, y al frente de cuyas secciones iban los tenientes Samaniego, Llarch, Núñez del Prado e Ibáñez de Aldecoa. El enemigo rompió el fuego, tan pronto como observó el despliegue de nuestras tropas. 

La compañía de Infantería tenía por objetivo la conquista del aduar Haddú-AUal-u-Kaddur, y encontraba tenaz resistencia, que los regulares vencían, levantando al enemigo, que se pegaba al terreno. 



El coronel Berenguer seguía desde una loma, con los prismáticos, la marcha de las tropas. 




Atraía especialmente su atención la guerrilla que iba en vanguardia a la derecha. 

—¡Qué bien avanza aquella sección!—observó. 

—Es la de Franquito—repuso uno. 

Aquel día Franco recibía su bautismo de fuego. 

    Iba siempre adelante, en efecto, la compañía, y ya estaba en los aledaños del poblado, cuando apareció con gran aparato un tropel de moros, conducido por uno barbudo y solemne, con su jaique blanco y flameante, magnífico jinete en caballo que caracoleaba nervioso. Iba altanero, gesticulante y atronaba con grandes voces: los otros le seguían con ciega confianza. La aparición de esta harca ponía en peligro a las tropas regulares, cuando el disparo certero de un cabo llamado Gonzalo Sauca dio en tierra con el moro majestuoso. Se produjo una instantánea mutación en el tropel. Los jinetes moros, tan decididos y lanzados, quedaron paralizados como si una fuerza misteriosa los frenara de súbito. Vacilaron unos instantes, para iniciar en seguida una huida, despavoridos y con gestos de desolación y de pánico. 

    Aquel moro majestuoso era El Mizzian, el mismo que había predicado cien veces que a él sólo podía matarle una bala de oro. 

Con la muerte de El Mizzian la harca se disuelve y la campaña decae. En los meses sucesivos las tropas avanzan sin resistencia y consolidan el dominio de El Garet, inmensa extensión de seiscientos kilómetros cuadrados. 


 El Mizzian

A la tempestad guerrera sucede la calma. Bien la necesitan las tropas y España. El país, que sentía aversión por la contienda, respira satisfecho cuando le dicen que no se combatirá más. 

A las tropas indígenas se las envía al campamento de Sebt, donde permanecerán trece meses. 

Pero la guerra que se apaga en Melilla se va a encender en la zona occidental. 

    El 18 de febrero de 1913, el general Alfau partió de Ceuta al frente de una columna de 2.500 hombres y llegó a Tetuán sin disparar un solo tiro, siendo acogido con demostraciones de simpatía por parte del vecindario. 


General Alfau

    La ciudad mora, que vuelve a ser de España, despierta la curiosidad de las gentes. Se desempolva la literatura de Alarcón y se repiten los nombres de O'Donell y de Prim. Se cuentan las bellezas pintorescas de Tetuán, el embrujo de sus barrios, la algarabía de sus zocos, el secreto de sus mezquitas, el laberinto de sus callejuelas con su comercio de telas brillantes, de babuchas recamadas, de perfumes y repujados, de gumías damasquinadas, de ámbar y de sándalo... Y la molicie sensual de sus moradores, y los cantos del muecín, y sus patios de azul y almazarrón, y su música plañidera... Tras los penosos relatos de luchas inacabables y tras las perspectivas calcinadas y arenosas de Melilla, la ciudad de Tetuán es una joya que ofrece el África como compensación y regalo por los sacrificios de España

    Pero la satisfacción que el suceso produce dura bien poco. Las harcas que rodean a la ciudad no se conforman con que los españoles disfruten en paz de su conquista. Están inquietas: en los alrededores se multiplican las agresiones, y Tetuán tiene que encerrarse en un corsé de parapetos. Para aliviar a la ciudad de aquella fatiga, se ocupa Laucien, que se halla a diez kilómetros, pero la situación no varía. Cada convoy a la nueva posición es una batalla. 

    En junio de 1914 las cosas empeoran, y las tropas regulares tienen que salir apresuradamente hacia la zona occidental. Hacen a pie el camino desde el campamento a Melilla con un calor de infierno. Dos soldados mueren de insolación. Desembarcan en Ceuta, donde hacen noche, y al día siguiente, antes de llegar a Tetuán, tienen que desplegarse en guerrilla y entrar en fuego, porque el enemigo ataca las posiciones de Río Martín, que piden auxilio con urgencia. 


Río Martín 

    A poco la rebeldía no es sólo en las cercanías de Tetuán, sino que se ha extendido al camino que lleva a Ceuta y se ha propagado a la zona de Larache. El Raisuni, señor de Beni-Arós, predica la guerra santa y solivianta a las cábilas. 

    Franco está en el avispero, al mando de su sección de Regulares

    En septiembre es la gran acción de Izardúy, donde, en opinión de don Dámaso Berenguer, se reveló el temperamento militar de Franco, al conquistar, con una pericia que acreditaba su vocación de guerrero y con un brío que era reflejo de su valor, unas alturas que el enemigo defendía con acérrimo empeño. Franco gana con esta operación su primer ascenso por méritos de guerra. Ya es primer teniente. 

    Y siguen los meses de lucha, fatigosa, abrumadora, y sin resultados positivos. Unas veces se pacta con el Raisuni, y la ocupación de territorios es sólo teórica, pues el cabecilla acapara la autoridad y las agresiones no cesan, y otras se rompe con él para reanudar la guerra sin embozos.  El año 1915 es de constante pelea menuda, que se disuelve en combates en las aguadas, y en el auxilio a las posiciones, y en proteger caminos, y en abrirlos cuando los cierran las incursiones de los moros. 

    En esta lucha sorda, diaria, endémica, acampando entre riscos, luchando con hielos y con calores caniculares, se templa el ánimo y se forja el alma guerrillera de aquel oficial menudo, de apariencia delicada, siempre animoso y dispuesto para los servicios que se le encomienden, por difíciles y penosos que sean, que se juega a diario la vida con una elegante indiferencia. 

    El Alto Mando aprecia su labor, y lo propone para el ascenso, por méritos de campaña. Franco es capitán, poco después de cumplir los veinte años. Al terminar el año 1915, de los cuarenta y dos jefes y oficiales, todos voluntarios, de las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, sólo quedan ilesos siete. Entre éstos, Franco

    Parecía revestido de privilegios mitológicos que le hacían invulnerable.    Podía repetir que tampoco se había fabricado la bala que tenía que herirle. Caían en la lucha soldados y oficiales en gran número. Franco regresaba siempre sonriente e ileso. Un día, hallándose en un parapeto, coge un termo para beber el café. Una bala disparada con precisión diabólica le arranca el tapón de entre los dedos. El capitán no se inmuta: bebe el contenido y, mirando al campo enemigo, exclama: 

—¡A ver si apuntáis mejor! 

    Mas en el año 1916 se iba a eclipsar su buena estrella. El 29 de junio, de acuerdo con el Raisuni, se realizaron operaciones en la cábila de Anghera por las tropas de Ceuta y de Larache


Ahmed al-Raisuli

    Estas tomaron con relativa facilidad Tafugallz, Melusa y Ain Guenine, pero las de Ceuta, al ocupar Biutz, sostuvieron un combate durísimo. El enemigo, rechazado varias veces, se rehacía y renovaba el ataque con la pretensión de desbordar las líneas españolas. En las fuerzas de Ceuta iba Francisco Franco. Como advirtiera que desde un parapeto el adversario hostilizaba e impedía el avance, se puso al frente de sus soldados para asaltarlo. Recuerda que en aquel momento recogió del suelo el fusil abandonado por un regular herido y que lo cargó para utilizarlo. 

    Dio unos pasos y se desplomó con el vientre atravesado por un balazo. "Sentí—dirá años después— como si de pronto me hubieran aplicado un sinapismo ardiente que me abrasaba cortándome la respiración." La herida era muy grave, y Franco quedó en la posición, pues los médicos prohibieron que fuera evacuado a un hospital, temerosos de que muriera en el camino. Los padres llegan a Biutz con el presentimiento de no hallar vivo a su hijo. Mas su hijo vive, mejora y ya convalece. 

  —La herida—exclama el médico—ha seguido una trayectoria milagrosa. 

     Salió adelante y fué trasladado a la Península para su convalecencia.     Los méritos contraídos en los tres últimos años de actividad constante le valieron una propuesta de ascenso, que no prosperó porque había por entonces en ciertas alturas oficiales una marcada propensión contraria a este género de premios. Imperaba el criterio de restringir los ascensos por méritos de guerra. Otro era, sin embargo, el verdadero motivo de aquella oposición a la propuesta, motivo que sólo se decía en tono confidencial y en determinados centros militares. Franco era demasiado joven para ser jefe del Ejército. ¡Tenía veintitrés años! 

  ¡Demasiado joven! Dichoso defecto que no le impidió actuar durante aquellos años azarosos como un veterano bien dotado de experiencia, y en el que no reparaban los superiores al confiarle misiones y servicios de la más alta importancia. Y sobre todo: ahí estaba el historial. Un hombre en plena juventud, cargado de laureles, era para ciertos cerebros anquilosados que graduaban los ascensos por años de milicia, un anacronismo.  No se le concedió a Franco el ascenso, pero, en cambio, se le recompensó con la Medalla de Sufrimientos por la Patria y la Cruz de María Cristina. 

 El capitán acudió a ios medios reglamentarios para sostener sus derechos y elevó una instancia al Rey en solicitud de mejora de recompensa. Los méritos que alegaba eran de tal calidad y en tal número, que desconocerlos equivalía a desamparar la justicia negándosela a uno de los mejores soldados de España. La instancia fué resuelta satisfactoriamente y además se le abrió juicio contradictorio para la concesión de la Cruz laureada de San Fernando. Franco ascendió a comandante, y tan pronto como recuperó sus aptitudes para la milicia, pidió de nuevo mando de fuerzas en África; mas por no haber vacante, hubo de aceptar destino forzoso en la Península. 

  Le correspondió el regimiento del Príncipe, de guarnición en Oviedo. Por entonces coincidieron en la capital de las Asturias varios oficiales cuyos nombres, andando el tiempo, tanto habían de brillar en la milicia: Alvaro Sueiro, Camilo Alonso Vega, Francisco Franco Salgado, ayudante en la actualidad del Generalísimo; Rafael Civantos, Valcázar, Pardo; los que, en la marcha de la vida, han de encontrarse de nuevo con su comandante, para la realización de memorables empresas. Los asturianos, tan familiarizados con el diminutivo cariñoso, denominan a Franco "ecomandantín". Invariablemente, en las primeras horas de la tarde Franco sale del hotel de la calle de Uría donde se aloja y monta a caballo para dar su acostumbrado paseo. La gente se congrega para contemplarle. 

    ¡El comandantínl ¡Tan serio, tan arrogante y tan joven! 

—¡Si ye un rapaz, hom! 

¡El comandante más joven de España! 

Cuando penetra en el comedor del hotel, se produce un movimiento admirativo. Los huéspedes se susurran al oído: 

—¡ Franco

¡Cómo había de pensar yo, estudiante entonces, que llegarían estos días, en que había de procurarme una historia tan extensa y emocionante el comensal de la mesa inmediata! Pero Franco no había pasado impunemente por África y por la guerra. Ya no las olvidará nunca. 

Es la atormentadora nostalgia que sufren todos los coloniales que se han entregado de corazón a la tierra exótica. Franco tiene la retina impregnada de paisajes que jamás se borran. El alma, curtida y propicia a unas inquietudes que no aplacará en España. Sobre su memoria pesa constantemente el recuerdo de los que han quedado en la llanura de El Garet, en las montañas de Teután, en lidia con el moro, viviendo las horas inciertas de la campaña. La llamada de África resuena en su espíritu, tímida e insinuante primero, imperativa después como una fascinación de espejismo que le atrapa en su cepo letal.

     ¡África! Campos aletargados bajo un sol ardoroso, caminos entre barrancos, desolación, verdor de las huertas te-tuaníes, blanca balconada de Ceuta sobre el Estrecho, pulso del mundo. Y más allá de todo esto, el misterio. El misterio de los bosques sagrados de Beni-Arósel impenetrable secreto de Xauen, las tierras desconocidas de Axdir, los caminos que no ha hollado ningún viajero europeo, las noches con las hogueras en las cumbres llamando a la guerra... 

Franco tiene ya en sus venas el veneno de África, el hechizo que embrujó a tantos mortales que se asomaron al continente como simples curiosos, o que a él fueron como mercaderes o como guerreros, y quedaron cautivos para siempre. La seducción que se hace Antinea para el teniente Saint Avit, que puebla de fantasmas estelares el cielo del Hoggar para el vizconde de Foucauld, que es enamoramiento apasionado, amor al desierto, para el capitán Flatters, que es luz que le reconcilia con la vida para míster Harris, que es tierra nueva que conquistar para España en ecomandante Franco


Carlos de Foucauld

El África insondable, misteriosa, que vela sus secretos: con sus noches de claridades transparentes, con sus días de sofoco y bochorno, sus cadencias suspirantes y lánguidas, su pasión encendida en las pupilas ardientes que espían... El comandante Franco tiene extendida solicitud permanente para volver a África. 

Y al África vuelve... 


Jerusalema

Masaka Kids Africana Dancing

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